miércoles, 28 de agosto de 2013

Marcos Porcella, artísta y gastrónomo

Marcos Porcella, artísta y gastrónomo
                               Irreverencia, ingrediente principal del arte y la gastronomía

A medida que nos contaba su vida iba yo descubriendo una personalidad que definitivamente se correspondía con la imagen de irreverencia y cuestionamiento ante los dogmas del momento; elementos comunes en muchas de sus creaciones. Son dos facetas las que se complementan en una persona, para crear al Artista y al Gastrónomo.

“Para mí ver a mi abuela cocinando y tejiendo era una experiencia amateur”, declara Marcos Porcella, diseñador de arte y gastrónomo argentino. Quien nos recibió en una casa acogedora del barrio porteño de Almagro, que funciona como su taller artístico, sala de exposiciones, lugar de reunión con amigos y su hogar. En pleno solsticio de invierno austral, donde las noches son más largas y los días más cortos, se alteró la percepción del tiempo de los que estábamos más que haciendo una entrevista, teniendo una charla entre personas interesadas en la versatilidad de la gastronomía y el proceso creativo del arte. Las horas corrieron como segundos y aunque no alcanzamos a ver el anochecer ese día, sí apreciamos como el sol recorrió apresuradamente los rincones de aquel salón lleno de creaciones artísticas, dando una sutil calidez a la conversación.

Actualidad de la cocina argentina

“La Argentina de los ´90 no era como es ahora. La cultura gastronómica estaba muy circunscripta a un grupo pequeño de gente y profesionalizarse en esta área, era como lanzarse en un abismo, un salto al vacío. No existía la ciudad de Buenos Aires tal cual como la conocemos, sin Puerto Madero, sin Palermo ni Cañitas. Los pocos restaurantes de cierta relevancia eran pocos: uno que estaba ubicado en la Cadena hotelera Sheraton, el de Francis Mallman, El Gato Dumas y dos o tres restaurantes más”.

Transcurridos más de 20 años y muy a pesar de que muchos creen que la cocina argentina está en boga, para Marcos “…sencillamente está tratando de encontrar qué es lo que va a ser”. Con cierta mezcla de enfado y esperanza, expresa con firmeza el siguiente comentario: “Lo que muchos ya llaman pomposamente Nueva Cocina Argentina, no es otra cosa que una movida que se está iniciando y que en el futuro, ni siquiera inmediato, podría transformarse en una realidad si tenemos claro el concepto de Nuevo”. Luego aparece otra vez ese matiz entusiasta en su voz cuando alega que el país tiene hoy día las mil y una formas de crear e innovar: “existe un bagaje pseudo-europeo, jóvenes dispuestos a romper con lo establecido, herramientas, materia prima, productos y un cocoliche de italiano con español único”.

No obstante, “ahora no se trabaja creativamente con lo que hay, por lo que tendemos a caer sumisamente en los mandatos del buen comer, del buen vestir o del buen mirar; entendamos que un país como el nuestro no puede generar la misma gastronomía de ningún otro país, las realidades son distintas”. Luego de un súbito silencio, como súbito también su pensamiento, nos recomendó un libro realizado por el periodista estadounidense Michael Steinberger (au revoir, cocina, vinos y el final de francia), sobre cómo las nuevas tendencias gastronómicas, que ponen énfasis en la innovación y el entretenimiento, han dejado atrás a la otrora célebre cocina francesa y cómo en 40 años, desde Francia no sale nada nuevo en materia gastronómica.

A vuelo de pájaro, hizo una revisión entre las páginas del libro, para recitarnos un fragmento del mismo: “… Su primer lugar (el de Francia), se ha perdido hace unas décadas a mano de otros polos gourmets mundiales como New York, Londres o, desde luego, España –Ferrán Adriá mediante–, se ha desdibujado por completo”. Steinberger así como nuestro artista gastrónomo, coinciden en que más que decadencia de la cocina francesa se trata de “un cambio de paradigma culinario y cultural”.  Y es precisamente ésta visión la que nos hace falta, puntualizó Porcella al tiempo que cerraba el libro.

“Sigamos el ejemplo de nuestros hermanos brasileros y peruanos que fueron capaces de innovar con cosas propias de sus países”. Sus Feijoadas, sus ceviches. Los ojos del mundo tienen su mirada en qué están haciendo en el área gastronómica para intercambiar, crear, compartir. “¿A qué puede venir un francés acá?”, pregunta con una mirada inquisidora y el entre cejo fruncido, y contesta él mismo con otra pregunta, pero ésta vez irónicamente: “¿A ver que le copian las técnicas y los productos? Es como ir a Francia a que me enseñen a bailar tango, o salir de Venezuela a que me enseñen cómo hacer unas arepas, eso es absurdo”.
Toda esta argumentación antecedió a su conclusión de que puede haber una luz al final del túnel, específicamente en la comida porteña, descrita por él mismo como: “disparatada, irreverente, irrespetuosa, artística, arrogante, con entendimiento socio-cultural y unas mezclas de inventos y coqueteos que si no se quedan en meros flirteos, saldrá algo grandioso”.

La cocina y el arte

Con la afirmación ontológica: “Yo dejo entrar a ambos mundos para trabajar en ambos mundos”, este conceptualista, como él mismo se define, recurre a esta filosofía en el momento de encarar dos realidades: la gastronómica y la artística. Ambas a su parecer, contienen una faceta creativa y caprichosa llenas de subjetividades en el juego de las expectativas de cada individuo. Por supuesto, hay cánones en la formación de un buen cocinero, pero según Porcella, además esas reglas, debes ser intrépido, creador, capaz de poner en marcha tus propias ideas. Estas actitudes, muy arraigadas en la personalidad propia del artista, pareciera ser el hilo conductual de Marcos, con profundas diferencias en la concepción de la inspiración que le brinda el ser cocinero: “yo soy más del hacer, del oficio, no ando esperando a que me llegue la musa, cuando llegue, que me encuentre trabajando”, aseveró parafraseando a Picasso.

Encuentro de dos “Artes”

Fue en 1989, cuando el inconforme estudiante de ingeniería agrónoma, decidió seguir su camino: “padre quiero ser artista, por tanto dejaré mis estudios formales en la Universidad de La Plata y me iré a hacer lo que realmente me apasiona, vivir del arte”. Hasta aquel momento de “rebeldía”, como lo llamaba su progenitor, sentía que tenía un mandato familiar contradictorio: “nací y viví en una familia con intereses artísticos y culturales como para que después tuviera el peso de seguir una carrera universitaria tan compleja como la ingeniería”. Mientras narraba esta etapa de su vida, paramos a beber un poco de mate para calentarnos del frío invernal. Tomamos dos rondas seguidas intercambiando opiniones sobre el ritual de tomar la infusión en estas latitudes, a lo que él agregó: “además de saber cebar la yerba te sugiero colocarle una sola cucharadita de azúcar y listo, tendrás la dulzura perfecta el resto de la bebida”, y prosiguió con la narración de su historia…

“Mis primeras expresiones artísticas fueron como a los 19 años, comencé a pintar y mi padre tenía un acervo de libros sobre la pintura, artes plásticas y música que me ayudaron a sentir cuáles eran las corrientes con las que más me identificaba. El impresionismo, por cuestión de gusto, fue a lo que más me acerqué”. Continúa, luego de una pausa, diciendo con halo de nostalgia: “Mi papá nunca terminó de entender ni de aceptar mi decisión”. El estilo de su morada era como el derivado de las antiguas casonas romanas con habitaciones en torno al patio central. La fachada con dos balcones de rejas salientes que le colocó recientemente para sentirse más seguro y además la puerta principal alta de madera.  El piso cubierto con distintos materiales, acondicionaban los ambientes que se dividen en la casa. La chimenea, poco usada, con una pequeña cantidad de leña apilada. El mobiliario general sencillo y sólido con sus textiles expuestos en todas direcciones.

Luego que dejó los estudios surge la posibilidad de estudiar gastronomía: “mi madre, mucho más joven y con una visión más audaz  y adaptación a los tiempos que corrían, me acompañó en la búsqueda de estudiar un oficio que pagara mis cuentas sin dejar el arte”. El padre, un amante del buen comer, conocedor del vino, entusiasta del sentarse en la mesa y agasajar a sus seres queridos en el protocolo de disfrutar la comida todos los santos días, sin advertirlo, también influyó en la decisión. Habían tres opciones para emprender los estudios culinarios: “ir a estudiar afuera lo cual era muy caro, a un instituto en Ezeiza o a una pequeña escuela de cocina de las hermanas de Alicia Berger, pero en principio empecé a cocinar porque quería ser artista”.

Una intercomunicación

Formándose para ser un excelente chef o un gran artista, se generan lazos muy abiertos a todo tipo de culturas y gentes, surgen  conexiones con los más diversos y genuinos intereses de grupos  humanos. Desde una ama de casa, la ingeniería, la medicina, el periodismo…, son ramas que influyen y se comunican todas, en un plato de comida. Ahora esta conjunción ha estado más catalizado pero siempre ha tenido que ver con el hecho de que la gastronomía no es solo hacer una receta, sino que tiene muchas visiones y un espectro amplio, que hoy día está permeable a intercambio de toda índole: psicológica, sociológica, artes visuales, diseño…

Por ello su más valiosa contribución, desde donde esté parado y utilizando todas las influencias que pueda tener en sus círculos, empieza con el “rompimiento de la cáscara” para ver con mayor profundidad el pensamiento creativo y a su vez, desmitificar la supuesta genialidad del otro, al postular que con trabajo, constancia y disciplina se puede presentar un proceso equilibrado, fluido y con mucho éxito. ¿Palabras del artista o del cocinero? Cuestionen ustedes…

Maryoaly Toro